Por Ale Velasco.
Una de las frases que me han impactado más a lo largo de mi carrera profesional y de investigadora, es la acuñó el doctor James Dobson: Las madres hacen niños y los padres crean hombres. A mí, que soy mamá de dos varones uno de 24 y otro de 21, esta frase marcó mi vida con respecto a mis hijos, ya que hoy por hoy (aunque a mí me corresponde una gran responsabilidad en su educación), me doy cuenta que su padre es el encargado de hacerlos hombres.
Observo cómo quieren aprender lo que hacen los hombres adultos, tanto bueno como malo. Al principio, como madre, no te encanta la idea de que busquen más al padre que a ti, puesto que las madres somos las que hemos pasado más tiempo con ellos tanto en el día como en la noche, pero creo firmemente que quiero formar hombres de bien con valores, y la única forma de hacerlo es ayudando a más madres para que sepan cómo educar a sus varones.
La intimidad de una madre con su hijo es básica, completa y exclusiva; el lazo que los une es poderoso y puede profundizarse. Su luz es tan fuerte que eclipsa a la del brillo del padre, pero por el bien de los varones la madre debe estar consciente de hacerse a un lado y dejar al padre intervenir, no porque ya no quiera a sus hijos, sino por el simple hecho de que ambos tienen la responsabilidad de crear hombres y delegar lo que le corresponde a cada uno en este proceso.
Los hijos varones, al relacionarse con sus padres, comienzan a entender lo que los entusiasma, los divierte y les da energía. Así aprenden a aceptar su propia masculinidad. Un varón necesita ver a su padre como alguien decidido y seguro de sí mismo. Es fundamental que las madres retrocedan un poco y dejen a sus varones dirigirse al mundo de los hombres sin sofocarlos, ya que es la única manera de que aprendan el andar varonil. Cómo afirma Robert Stoller: “El padre es un amortiguador saludable entre madre e hijo”.
El cuidado femenino es muy importante, pero en la creación y edificación de un hombre se requiere sobre todo el toque masculino para construir una sólida y fuerte identidad de género que resista las influencias externas y se despliegue en la infancia para luego proyectarse a lo largo de toda una vida.