Ante un largo encierro, pueden presentarse conflictos afectivos, por el hartazgo y ansiedad, tanto en adultos como en niños y adolescentes
Ante los cambios en los patrones de vida por el confinamiento debido al COVID-19 –que ha llegado a causar disfunción en el comportamiento, el sueño y la alimentación– es necesaria la atención profesional para reconocer y comunicar las emociones y controlarlas, indicó el doctor Pablo Adolfo Mayer Villa.
Para abordar el impacto del distanciamiento social y las herramientas que permitan afrontarlo, el investigador del Departamento de Ciencias de la Salud de la Unidad Lerma de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) advirtió sobre los conflictos afectivos que pueden presentarse ante al largo encierro por la pandemia, que de por sí ha generado hartazgo y ansiedad, tanto en adultos como en niños y adolescentes.
Tales crisis son trastornos del estado anímico y entre los más comunes están las depresiones mayor o unipolar; bipolar o maníaco depresiva y, desde 2013, una clasificación nueva definida como alteración de la regulación emocional, aunque para diagnosticar cualquiera de estos niveles en pequeños y jóvenes debe identificarse en principio los síntomas cardinales: tristeza, irritabilidad –que llegan a causar disfunción en las familias– y anhedonia, consistente en la incapacidad de sentir placer o de realizar actividades confortantes.
Una atención adecuada requiere el diagnóstico de la situación en el hogar, pues es fundamental que exista una estructura que dé contención a quien padezca una crisis de esta índole, cuyo origen está en la triada biológica, psicológica y ambiental: el primer factor tiene que ver con la genética; el segundo con el entorno social en el que se desenvuelve el individuo, y el tercero con el confinamiento, ya que no es lo mismo vivirlo en un medio uniparental, biparental o muy grande, en el que los miembros presentan sus propios problemas o conductas adictivas.
Durante su participación en el programa Ciencia abierta al tiempo para abordar los efectos del largo encierro, el académico de la UAM precisó que la depresión unipolar tiene un componente de heredabilidad menor, en relación con la bipolaridad, en la que se sufren periodos prolongados de episodios maníacos; en niños y adolescentes esto se manifiesta con irritabilidad, insomnio, disminución del apetito, pérdida de peso, falta de atención o concentración, ideas de culpa y muerte o ideación suicida.
En el otro polo sienten euforia, disminución en la necesidad del sueño –que no es lo mismo que el insomnio– sino que con pocas horas de descanso despiertan con mucha energía. En el padecimiento unipolar sólo está presente la parte depresiva con todos sus síntomas, por lo que en estos casos es conveniente hacer una terapia familiar sistémica para crear un escenario que facilite la recuperación.
En las etapas infantil y preadolescente, la tendencia a sufrir depresión mayor puede suceder por igual a mujeres y a hombres, pero ya en la adolescencia, quizás por factores hormonales, en ellas suele darse en una relación de dos a uno, ante lo cual los padres deben proporcionar una guía muy clara a sus hijos de cómo convivir en los espacios externos y confiar en las nuevas normas que impongan las instituciones escolares a los alumnos.
Así, para quienes presenten alteraciones por el largo encierro, existen centros de ayuda en línea, otros que ofrecen consultas en la modalidad presencial de terapeutas y además puede visitarse la página del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente, que da orientación psicoeducativa, una herramienta para la salud mental concluyó el doctor Mayer Villa.
IPR
Contenido relacionado
Hábitos efectivos para la salud de los adultos mayores