Si tienes una pulsera medidora de actividad es muy probable que te indique cuántas horas de sueño totales duermes al día, y de esas, cuántas horas de sueño profundo.
El sueño profundo es la fase en la que nos cuesta más trabajo despertarnos, la actividad del cerebro se queda bajo mínimos y se produce la regeneración celular. Nada que ver con el sueño REM, en el que el cerebro está activo soñando. Sin suficiente sueño profundo nos levantamos cansados y aturdidos.
Un nuevo estudio de la Universidad de Berkeley publicado en la revista Current Biology ha encontrado que esta fase de sueño profundo puede ayudar a reducir los niveles de las proteínas beta-amiloide y tau, dos de los factores de riesgo de la enfermedad de Alzheimer.
Se sabe desde hace décadas que la mala calidad del sueño está relacionada con problemas a largo plazo con la memoria y la cognición. Durante el experimento se midieron los niveles de beta-amiloide acumulada durante el sueño por 32 personas de 70 usando un escáner cerebral.
Los resultados muestran que las personas que dormían menos profundamente tenían más beta-amiloide. Otros estudios han encontrado que la falta de sueño profundo está asociada con niveles más altos de tau, otra proteína que se encuentra en las neuronas de las personas con Alzheimer.
En 2019 se descubrió que durante la noche hay un trasiego mayor de fluido encefálico que coincide con las ondas cerebrales lentas del sueño profundo. Los científicos proponen que durante el sueño profundo el cerebro se “lava” a si mismo, eliminado tanto beta-amiloide como tau.
Esto es muy importante para las personas que padecen apnea del sueño, en la cual se bloquean las vías respiratorias y les hace salir del sueño profundo. Estas personas tienen un mayor riesgo de demencia en edades avanzadas.
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