La prevención y control de la hepatitis resultan más urgentes que nunca al ser un grave problema de salud pública que afecta a más de 325 millones alrededor del mundo
Cada 19 de mayo se conmemora el Día Mundial de la Hepatitis tipo B y C con el objetivo de concienciar a la población sobre estas severas enfermedades hepáticas, cuyo virus está presente en una de cada doce personas.
El problema con estas variantes de la hepatitis, es que generalmente no presentan síntomas pese al severo daño que causan en el hígado y suele ser diagnostica de manera fortuita, al realizarse exámenes de rutina o al querer donar sangre.
Por ejemplo, la C es conocida como la “enfermedad silenciosa”, pese a que el virus que la causa destruye lentamente las células hepáticas y puede, con el transcurso de los años, producir cirrosis o cáncer.
Así, aunque comparten síntomas, las hepatitis A, B y C tienen diferencias muy notables entre sí, siendo la principal que la A no es mortal, salvo que genere insuficiencia hepática aguda, y por tratamiento solo requiere guardar reposo e hidratarse.
Pero en el caso de las tipo B y C, implican un elevado riesgo de muerte por cirrosis y cáncer hepático.
La hepatitis es una inflamación del hígado. La afección puede remitir espontáneamente o evolucionar hacia una fibrosis (cicatrización), una cirrosis o un cáncer de hígado.
Los virus de la hepatitis son la causa más frecuente de las hepatitis, que también pueden deberse a otras infecciones, sustancias tóxicas (por ejemplo, el alcohol o determinadas drogas) o enfermedades autoinmunitarias.
La hepatitis A se contagia por contacto con heces de una persona infectada con el virus o alimentos contaminados, mientras que las otras dos se transmiten por medio de la sangre y otros humores, guardando entre ellas importantes diferencias.
Por ejemplo, para la hepatitis B existe una vacuna desde el año de 1982,
con una eficacia del 95% para evitar la infección crónica. La protección dura al menos 20 años y, hoy por hoy, la Organización Mundial de la Salud (OMS) no recomienda la administración de dosis de refuerzo.
Mientras que la única forma de prevención de la hepatitis C es evitar el contacto con la sangre de penosas infectadas, pero el 90% de los casos de infección por el virus del tipo C pueden ser curados con antivíricos.
La OMS explica que aproximadamente un 15-45% de los infectadas elimina el virus espontáneamente en un plazo de seis meses, sin necesidad de tratamiento alguno. Pero el 60-80% restante desarrollará infección crónica, y en estos casos el riesgo de cirrosis hepática a los 20 años es del 15-30%.
En el caso de la B, el virus provoca lesiones en el hígado, alterando su funcionamiento, y un pequeño porcentaje de personas infectadas no consiguen eliminarlo, por lo que la infección se vuelve crónica. Hecho que las pone en un mayor riesgo de morir por cirrosis hepática o cáncer de hígado.
Ante dicho panorama, la prevención y control de las hepatitis virales resultan más urgentes que nunca al ser un grave problema de salud pública que afectan a más de 325 millones de personas alrededor del mundo, de los cuales 71 millones viven con cuadros crónicos que repercuten en su calidad de vida, así como en el gasto gubernamental para su cuidado.