Lo ocurrido durante la llegada de los españoles a la Gran Tenoctitlan es un ejemplo claro de cómo las personas que no tienen anticuerpos contra una enfermedad específica pueden padecerla e incluso hasta morir
Por Dra. Rosa María Wong Chew Especialista en Infectología Pediátrica
“El impacto de la vacunación en la salud del mundo es difícil de exagerar. Con excepción del agua potable, no ha habido otra modalidad, ni siquiera los antibióticos, que haya tenido un efecto mayor en la reducción de la mortalidad y el crecimiento poblacional.”
Stankey Plotkin
En el tiempo de la Conquista, Hernán Cortes que tenía un ejército de alrededor de 500 hombres pudo ganar la batalla a los Mexicas, por un lado, debido a que se aliaron con los pueblos vecinos; pero por otro lado por que introdujeron la viruela, el sarampión, la varicela, la tosferina, las paperas, la peste y las zoonosis del Viejo Mundo en la población local, que nunca había padecido estas enfermedades y a las cuales sólo el 10% sobrevivió.
Este es un ejemplo claro de cómo las personas que no tienen anticuerpos contra una enfermedad específica (que son parte de la respuesta de defensa que tenemos en el cuerpo) pueden padecer la enfermedad e incluso hasta morir.
Precisamente las vacunas lo que hacen es poner en contacto al cuerpo con partes de una bacteria o un virus (tratado previamente para que no de la enfermedad) y que así el organismo aprenda a defenderse y al estar expuesto no enfermamos, o que la enfermedad no sea tan grave que cause la muerte. Su desarrollo ha permitido controlar varias enfermedades de los continentes, incluso erradicarlas del mundo entero.
Por ejemplo, después de campañas intensivas de vacunación en las décadas de los 60 y 70, el último caso de viruela en el mundo fue en Somalia en 1977.
Ante dicho escenario, es prudente decir que desde el siglo XIX existen los movimientos antivacunas y en la década de 1970 se registró una controversia sobre si la vacuna DTP (difteria, tétanos y tosferina) era segura porque en Londres se declaró que 36 niños tuvieron problemas neurológicos.
Esto causó una disminución de las tasas de vacunación y hubo 3 epidemias importantes de tos ferina en el Reino Unido, confirmándose por expertos asesores que la vacuna no estaba asociada a esos problemas y que era segura aplicarla.
Sin embargo, algunos grupos siguieron pensando que había problemas y en 1998, el médico británico Andrew Wakefield publicó en Lancet, una revista de prestigio internacional, una asociación entre la aplicación de vacuna triple viral SRP (sarampión, rubeola y paperas) y el autismo.
Después de esto, hubo una gran difusión mediática que dio lugar y origen a los grandes grupos antivacunas actuales. Sin embargo, el Consejo Médico General descubrió que Wakefield fue pagado por los padres de un niño que tenía autismo para que buscara esta asociación, por lo que en 2010 Lancet se retractó del estudio y Wakefield fue eliminado del registro de médicos del Reino Unido, quedando imposibilitado para ejercer en ese país.
Como colofón de este caso, en enero de 2011, el British Medical Journal publicó informes en donde se probaba que Wakefield había cometido fraude al falsificar datos y que el médico esperaba recibir dinero por esas declaraciones.
Así, desde 1998 se han realizado una gran cantidad de estudios serios por varios científicos de prestigio internacional y ninguno ha encontrado alguna relación entre la vacuna de sarampión y el autismo. Pero el daño ya estaba hecho.
Lo que nos hace pensar que es una gran responsabilidad por parte de los científicos, los médicos y los medios de comunicación lo que se publica, ya que la desinformación puede llevar a consecuencias fatales.
Un ejemplo de esto es la periodista Bre Panton de 26 años, que lamentablemente falleció por influenza y quien era activista antivacunas, que insistía en que “las vacunas eran del diablo”. Es lamentable que siendo tan joven y con una gran carrera por delante, haya muerto de una enfermedad prevenible por vacunación.